Editorial
Diario Expreso, domingo 5 de mayo de 2024, página 8
Un país que arroja sus aguas contaminadas a los ríos sin haberla tratado
es un país con una grave predisposición al suicidio.
Tener un sistema hidrológico con agua no apta para el consumo humano ni
para el uso en cultivos termina convirtiéndose en un problema para la salud
pública de la sociedad y, en consecuencia, en un costo muy grande para el
Estado. Esto es que lo que ocurre en
Ecuador: muchas de las grandes
plantaciones de banano, arroz, maíz, palma africana y otras no reparan en la
gravedad que conlleva el que los pesticidas tóxicos que utilizan terminen en
las cuencas de ríos y esteros. A eso hay
que agregar otro factor: la falta de
tratamiento de las aguas servidas en pueblos y ciudades, cuyo ejemplo
paradigmático es Quito.
Tan grave como la contaminación en sí, es la falta de conciencia de la
ciudadanía acerca de la trascendencia de este problema y sus nefastas
consecuencias para la salud, lo cual se evidencia en la altísima incidencia de
cáncer en la población ecuatoriana. Y
más censurable aún en la indiferencia y pasividad de las autoridades de Medio
Ambiente y de Salud Pública, así como de las alcaldías, cuya inacción permite
que industrias y comunidades continúen envenenando el agua que consumimos,
elemento indispensable para la vida, sin control, sanción ni remedio para este
delito.
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Agua
dulce en peligro
La Tierra, en su mayoría “azul” está
cubierta por agua, pero solo una pequeña fracción de este vasto recurso es agua
dulce.
Con apenas un 2.5% del total de agua en la
Tierra clasificada como dulce, su importancia vital para la vida humana y los
ecosistemas es incuestionable.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que para el año 2025,
la mitad de la población mundial vivirá en áreas con estrés hídrico. … Además la ONU señala que el 40% de la población
mundial se ve afectada por la escasez de agua debido a la contaminación, lo que
resalta la interconexión entre la calidad y la disponibilidad del agua.
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